POR SHEILA MORATAYA
Es sabido de que los salmones necesitan pasar toda una vida nadando para encontrar su camino a casa. Y se requieren miles de años para que el árbol de mostaza se convierta en lo que es. A mí me impresiona lo que puede resultar de una pequeñísima semilla y de cómo una de las cualidades del tiempo es la paciencia. Pienso en esto, en una hora en la que me he sentido desalentada al no lograr los objetivos que me he propuesto en la vida.
Todos tenemos una idea de lo que queremos ser cuando nos hagamos grandes. Le preguntamos temprano a nuestros hijos que van a estudiar y ponemos atención a las cualidades especiales que muestran. Sin embargo, no siempre las cosas salen o la vida se despliega como uno quiere. Hay sueños que no se concretan de la forma en que se han idealizado y oportunidades que se nos van por la tangente. Creo que existen dos posturas cuando se llega a este punto: quejarse y desanimarse con la vida o meterse más dentro de uno mismo hasta encontrar que es lo que quiere la vida de cada uno. Porque si algo es verdad, es que la vida siempre te pedirá algo y es tarea de cada uno dar una respuesta.
¿Qué es ese algo que me pide hoy a mí? Algo paradójico. Que siga teniendo paciencia para las cosas que quiero. Que suelte mis deseos , que me desate de los sueños y que los deje volar. Que tenga calma. Esto es lo que aprendo cada vez más. No tenemos paciencia.
Nos dicen, nos enseñan a tener paciencia, sin embargo, la paciencia es una habilidad espiritual que emerge de aquel corazón que sabe cuál es su destino. Un corazón que ya ha aprendido a darlo todo y no esperar nada. Hoy me sentaré en mi corazón consciente de amar mi vida y mi guión tal y como es. Soltando proyectos, dejando libre las ideas para que vuelen y se conviertan en lo que Dios desea. Me sentiré feliz si vuelven a mí y sino simplemente me quedaré en la paz y el silencio que me da estar haciendo lo correcto ante el llamado de la vida.
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